La preocupación de la Santa Sede por la conservación de los tesoros de la Capilla Sixtina y los inmortales frescos pintados por Miguel Ángel ha llevado a los responsables de su mantenimiento a tomar medidas tan singulares como la de «aspirar» la ropa de los turistas que la visiten.
En Roma ya circulan maliciosos chistes sobre «la aspiradora» de la Capilla Sixtina que ya algunos imaginan en manos del papa Benedicto XVI, pero la verdad es que no es una idea tan descabellada.
La intención al menos es buena: según Antonio Paolucci, el director de los Museos Vaticanos, el constante aumento de turistas (aproximadamente cinco millones al año), ocasiona importantes daños en los frescos de la Capilla, algunos de ellos irreversibles. El polvo, invisible y difícil de detectar, que cargamos en nuestra ropa altera peligrosamente la temperatura de la sala y pone en peligro la pintura, junto a la humedad y las temperaturas demasiado altas.
Por eso el Vaticano tiene previsto instalar a comienzos de año en la entrada de la Capilla Sixtina unas alfombras especiales para limpiar los zapatos a los visitantes, que tendrán que pasar también por un filtro donde unos potentes aspiradores absorberán estas partículas de polvo de la ropa.
Tal vez este proceso le resulte incómodo a los turistas que viajan a Roma, pero siempre será preferible a que el Vaticano adopte el «plan B»», que consiste en construir una reproducción exacta y fiel, aunque no auténtica, de la Capilla Sixtina, igual que lo que e ha hecho en España con las Cuevas de Altamira. Esperemos que no sea necesario llegar a estos extremos.