No hay paz para el Coliseo. Después de las interminables batallas entre el Ayuntamiento y los artistas callejeros (sobre todo gladiadores y centuriones) el gran anfiteatro Flavio vuelve a estar en el ojo del huracán. Ahora el motivo de disputa son las obras de construcción de una nueva estación de metro «Fori Imperiali» para la línea C. Los más alarmistas anuncian que hay incluso peligro de derrumbamiento.
Los responsables de conservación de los sitios arqueológicos de Roma han planteado al alcalde de la ciudad la drástica medida de cerrar el tráfico rodado en el centro arqueológico de la ciudad, ya que las otras medidas han resultado insuficientes: se estrechó la calzada, se redujo el tráfico de camiones pesados que producen vibraciones en estos viejos edificios, e incluso se ha aumentado la distancia de las vías de tráfico y los monumentos a 10 metros, para que los gases contaminantes de los vehículos no deterioren la piedra, pero el deterioro de los mismos, afirman, continúa y cada vez es más pelgroso.
La solución del cierre del tráfico parece la más eficaz pero conlleva una serie de inconvenientes, tanto para los habitantes de la ciudad como para los turistas, porque el mismo organismo encargado de la conservación de los monumentos afirma que no pueden seguir soportando las cifars actuales de visitantes.
Pero claro, Roma vive precisamente de los millones de turistas que viajan hasta aquí para admirar su gran patrimonio arqueológico y artístico, que desean ver de cerca, sino tocar, las piedras del Coliseo, el Foro Romano y todas las maravillas de la ciudad. ¿Cómo se puede conseguir este objetivo sin dañar la imagen de Roma? Es la pescadilla que se muerde la cola: una reducción progresiva de los ingresos por turismo supondría graves perjuicios económicos en la administración y, en consecuencia, para la protección del patrimonio arqueológico de la capital.