Todos los caminos conducen a Roma, y el del cine también. Muchos dicen, con razón, que la edad de oro del cine italiano se acabó en la década de los 70, pero los cinéfilos siguen viajando a Roma con la ilusión y el objetivo de descubrir los escenarios y las huellas de los mitos inmortales de la gran pantalla.
Esta huella está presente de una u otra manera en todos los rincones de la ciudad italiana, en la Fontana de Trevi, tras los los pasos de La Dolce Vita, o el Caffè Rosati, en la Piazza del Popolo, habitual punto de encuentro y tertulias en las que participaron, entre otros, Pier Paolo Pasolini, Federico Fellini o Marco Bellocchio.
Uno de los lugares de visita imprescindible son los estudios de Cinecittà, un museo que se transforma en un parque de diversiones en el que el espectador se convertirá paseará con la Vespa de Didi Cheb Khaled gracias a la mente de Nanni Moretti.
En la zona de Parioli vivieron Roberto Rossellini y Michelangelo Antonioni, aunque sin duda la zona de los artistas y bohemios, también del cine, es el Trastevere, epicentro de la «movida» romana de los 80 con Bernardo Bertolucci, los hermanos Taviani, o Marco Tulio Giordana, que todavía viven allí.
La realidad del cine en Italia es muy parecida a la de nuestro país: las salas de cine están cerrando una tras otra y el cine norteamericano se impone entre los espectadores. Una verdadera lástima cuando hablamos de un país que ha dado al mundo algunas de las más grandes obras maestras del Séptimo Arte.